Editorial: Felipe Useche
El pop, como género musical, es un enigma en sí mismo, una categoría que, aunque parece tener límites definidos, en realidad se reinventa constantemente, desafiando cualquier intento de encasillarla en una única definición. Su esencia se nutre de la energía de los cantantes, la teatralidad del performance y, por supuesto, el poder de los números en ventas, elementos que, combinados, generan una fórmula dinámica que es a la vez universal y adaptable. Una persona encarna esa versatilidad y espíritu experimentador del pop: Ariana Grande.
La primera ventaja de Ariana es evidente: su voz. Con un registro vocal que nos recuerda a la Christina Aguilera del cambio de milenio, Ariana entró al pop fusionando el R&B de esos años noventa en “Yours Truly” su álbum debut. Pero la industria del pop estaba cambiando. Para 2014, el pop estaba buscando nuevos sonidos en otros géneros que pudieran inyectarla de energía. Unos eligieron el hip-hop, otros el disco, otros el funk y otros, el EDM. En “My Everything” Ariana usa su voz como el guía a través de una serie de canciones donde la electrónica marca la parada, salpicando su pop de algo de hip-hop aquí y allá, como puede escucharse con claridad (y gloria) en “Problem” con Iggy Azalea.
Ariana Grande no es simplemente una cantante pop; es una artista que encarna la fluidez del género, capaz de navegar entre estilos y épocas, absorbiendo influencias y transformándolas en algo propio. Su carrera es un reflejo de cómo el pop, lejos de ser un género con límites estrictos, es en realidad un espacio de constante reinvención donde la única constante es el cambio, y donde la voz de Ariana, potente y versátil, sigue siendo una de las más influyentes y reconocibles de la última década.
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